23 de diciembre de 2011

"Quizá en otra ocasión"

Premio a la más usada. Literal o no, una de las frases, al parecer, más reveladoras desde que el mundo es mundo. Y es que el ser humano, casi por naturaleza, está continuamente dejando de hacer cosas porque, entiende, siempre pueden ser retomadas más adelante. Más adelante. Como si el “más adelante” se pudiese aplicar a todo en la vida. Como si fuera eso una ciencia exacta o una ley universal. Dilatar una idea, suspenderla en el vacío, vivirla en diferido (sin ser, ni oír, ni dar). Todo se acaba reduciendo a nuestra extraordinaria capacidad para aplazarlo todo. Yo aplazo, tú aplazas, él aplaza, nosotros aplazamos, vosotros aplazáis y ellos aplazan.

No tener tiempo para quedar con un amigo porque siempre estás ocupado. Dejar aparcado ese trabajo tan absurdo de la facultad porque crees que tendrás tiempo de acabarlo en los dos últimos días anteriores a la fecha de entrega. No darlo todo y preferir, en cierto modo, que sea el destino quien, en última instancia, te inspire en ese examen que tienes tantas ganas de aprobar. No pedir disculpas ni dar las gracias a las personas importantes, o a las no tan importantes, pero al fin y al cabo conocedoras y participantes de alguna escena de tu vida. Olvidarte de los besos, sobre todo de los besos a esa gente que tanto te cuida y te quiere. Dejar de lado las sonrisas, las lágrimas de felicidad, el llanto más triste de todos. Esconder los sentimientos, no expresar lo que uno siente o, como tan bien supo expresar mi pequeña personita adulta, no “haberte dicho te quiero las veces que debí”. Ser tan terco como para no dejarse llevar por las emociones, tan ingrato como para no querer abrazar la vida, o tan poco coherente como para no decidir ser feliz.

Si hay algo de lo estoy segura, es de que no merece la pena retrasar nada. Decir te quiero a tiempo o dejar caer una lágrima antes de que todo te destruya. Nadie debería posponer eso para mañana. El mañana ya es futuro y el futuro, si lo piensas, ni siquiera existe. Recuerdo mi último “quizá en otra ocasión”. Alguien que confía en mi me animaba a escribir un blog. Ahora me arrepiento de no haberlo empezado antes.

14 de diciembre de 2011

“Desde hoy hasta siempre, dulces de chocolate a la cama”

Apenas había aún luz en aquella habitación. Los rayos de sol asomaban tímidos a través de las persianas. Tal vez se tratase más de prudencia que de pudor pues él aún descansaba, enredado en aquellas intrépidas sábanas que ya se habían inundado de toda su esencia. Se trataba de una nueva sensación, pero allí, observándolo desde aquel rincón de ese cuarto, ella ya supo que se enamoraría de nuevo cada vez al verle así, tranquilo, sosegado, en paz, feliz. Mientras, afuera, la mañana comenzaba a abrirse camino. Ruido de coches, pitidos y alguna que otra voz procedente de alguna pared demasiado estrecha para respetar cualquier sonido. De todos modos, nada de eso podía importar. No en ese dormitorio ni en ese momento. Parece que se mueve. Si. Da la vuelta sobre si mismo y acaba de lado, dejando al descubierto gran parte de su cuerpo desnudo. Su espalda deja ahora de ser una incógnita y reaparece como el más hermoso relieve de aquel fondo liso y claro. Ella se fija en sus brazos, los mismos que horas antes la habían hecho sentir tan especial. Sus manos, ahora inocentes, acomodadas en el colchón. Sus hombros, su pecho… Con los ojos aún cerrados, él dibuja una sonrisa.

Puedo sentirte, aunque no te vea. Solo espero que esto donde estoy no sea un diván y tú no estés psicoanalizándome, como de costumbre.
Ella corre a besarle.
–Tonto.  
–Ya lo se, me lo dices continuamente. –asegura él mientras esboza otra preciosa sonrisa y abre los ojos por primera vez en esa nueva primera mañana de su vida.
Después risas, abrazos y más besos.

–Buenos días, bella durmiente. –le dice ella, divertida–. Espero que hayas despertado con apetito porque, bueno, tú ya te diste cuenta de que me quieres, ahora me toca a mí cumplir mi parte del trato…

Se echa a un lado con la intención de dejarle ver lo que, unos minutos antes, había colocado a conciencia y de manera perfecta en la mesita de noche. Él, que todavía no sabe muy bien de que va todo aquello, le da un suave beso en los labios, pues la cara de entusiasmo de ella lo llena de ternura. Después se incorpora y la ve. Ve la bandeja encima de aquel pequeño mueble de madera. En ella, un gran vaso de zumo de naranja, le parece, y un plato, de proporciones importantes, repleto de toda clase de dulces de chocolate.

–No puede ser… –alcanza a decir, perplejo.
–Claro que puede ser. Sabes que siempre he sido una mujer de palabra. –argumenta ella, feliz, mientras le acerca la bandeja a la cama.

Ambos se miran un instante, con una intensidad que quizá nunca ninguno había alcanzado a conocer. Al final, él presta atención un momento a aquello que ella le ofrece y entonces lee la nota que acompaña a aquel peculiar desayuno: “Desde hoy hasta siempre, dulces de chocolate a la cama”; y vuelve a besarla, aunque no por última vez.

8 de diciembre de 2011

Punto de inflexión.

Ella aún no era consciente de la fragilidad sobre la que se sustentaba su decisión.

Había actuado bien. Si lo intentaba de buena gana, había momentos en los que incluso podía guardar, esconderlo todo. A veces, resultaba hasta productivo tener que hacer tantas cosas al día para conseguirlo. No era estúpida, era obvio que aquello no la mataría, ni siquiera le provocaría ninguna enfermedad crónica, y aquellos simples catarros no podían ser consecuencia de algo tan común en la historia del ser humano. Estaba sana. Comía, dormía, se aseaba, veía la tele, leía, estudiaba, incluso no le costaba demasiado disfrutar de buenos ratos con aquellos que realmente la querían. Una vida perfecta. Normal. Una perfecta vida normal. La única pega, quizá, es la música. Aunque tiene que detenerse a pensar en ello a conciencia para encontrarla, explica con un orgullo más fingido que real. Sí, la música. Cree recordar cada melodía de cada segundo y eso la suele aturdir un poco. En todo caso, nada que no se pueda solventar. El problema, si tuviera que señalar alguno, lejos de hacer un drama, son los lugares donde no hay más remedio que volver. La pena, porque es normal que exista alguna en estos casos, el tiempo, la "descoincidencia", la poca fortuna. La tristeza... Si. La tristeza, sin embargo, ahora que lo piensa bien, es saber que por encima de todas las cosas, su perfecta vida normal nunca le regalará nada parecido.

Ella aún no era consciente de la fragilidad sobre la que se sustentaba su decisión. O quizá ya lo era.