24 de mayo de 2015

Sencillamente.

Creemos que tenemos la capacidad omnipotente de cambiar todas las cosas. Rompernos en un abrazo para arreglarnos el alma, o besarnos cada rincón con el deseo de poder aliviar con besos lo que no pudimos con palabras.

Nos empeñamos en salvar vidas, olvidando las nuestras en algún lugar entre unas sábanas. Pero, a veces, darlo todo no es suficiente. Porque no todas las dudas se aclaran con besos, ni todos los problemas se resuelven con abrazos.

Porque hay cosas que al amor, sencillamente, se le escapan.

21 de mayo de 2015

Lo que aletea en mi cabeza.

Esta noche me apetece retomar esto y no se me ocurre una mejor excusa. "Le ordeno a mi corazón que se detenga...
tic...
tac".

                                                             
Hasta mañana.

6 de abril de 2012

Como siempre, al final.

Sola, hueca, incompleta, con ese enorme vacío adentro. Esta loca siempre vuelve triste a casa. En la fría y oscura noche y sin nadie que acompañe sus pasos ligeros ni la sorprenda en el zaguán con un beso de esos que encierran el último suspiro del día. Esta tonta siempre despierta en esa cama desierta. Ni dulces de chocolate, ni envuelta en ningunos brazos fuertes, ni ningunos ojos verdes que la miren. Esta idiota siempre acaba escribiendo textos inútiles para nadie. No sabe en qué momento exacto, pero un día decidió subestimar la calidez del 'te quiero', resignándose a observar la ternura desde lejos, como cualquier otro espectador que admira celoso, desde la periferia, cada gesto y cada sonrisa de aquellos amantes que se aman más allá del titubeo y la incertidumbre. A veces hago que me escuche, le pido sensatez. Le hablo del amor, de su decisión torpe. A veces lo consigo, otras tantas no, aún a ratos ya ves.

19 de marzo de 2012

Quizás he pensado, nostalgia de ti.

Hace unos segundos que ha irrumpido en mi mente. No puedes ni imaginártelo. Es increíble, pero la estoy rozando, casi me estoy fundiendo con ella. Los vellitos, inocentes, de los brazos, se me erizan con la sensación que en mi cuerpo produce este pensamiento tuyo, de tu piel. Firme, despiadada, perseverante bajo las sábanas, atravesándolo todo. Se me empapa el alma al esbozarla en trazos en mi cabeza. No hace falta más. Desde el momento cero, aquella primera vez que busqué la adherencia de tus ojos y tú decidiste encontrarla en los míos. Haces que me derrita, que no me apetezca sopesar mis creencias, tú eres todo lo que adoro y quiero adorar, mi único Dios, mi Todopoderoso. Mi droga más dura, mi dependencia bendita. Porque me tienes a tu merced, enmarañada en tus deseos. Enganchada de ti hasta la médula, puta yonki de tu lengua y tus dedos hábiles. Cierro los ojos de nuevo y me invento contigo, atrapada por tus brazos, fuertes. Me escapo y dibujo un recorrido lentamente, poro tras poro. También tú me acaricias, puedo sentir tus manos calientes. Te apoyo en cada moción. Nuestro vaivén, impetuoso, nos lleva lejos, allí donde nos gusta perdernos; tu espalda, perfecta, nos conduce ágilmente a través de cada suspiro. Me besas, te beso, las bocas arden. Te huelo e inhalo a propósito, me fascina tu excitante y suave perfume, me abruma, me hace delirar. Te miro, me miras de esa forma, con esa fijeza sobrenatural con la que solo tú puedes mirar. No dejes de hacerlo, me vuelve loca. Me provoca, me eleva y tú lo sabes, me lo dice tu sonrisa, maliciosa. Ven aquí, vente conmigo, vayámonos juntos los dos… Es tan apasionante descubrir que no tengo que morir para subir al cielo. Me muero por que vengas, gritar contigo es realmente maravilloso. Siempre has sido tú, desde que probé tu sabor, la adicción con la abstinencia más perversa.

24 de febrero de 2012

Lo mío tiene un nombre.

Estamos hartos de oír hablar de la normalidad. ¿Qué es normal? ¿Qué no lo es? Basta con indagar un poco acerca de la palabrota en cuestión para que automáticamente nos aparezca la relación que tiene el término con otros tantos como son “reglas”, “normas”, “estado natural” o “valores medios”. Con vocablos como estos no me extraña nada que a nadie le motive coger un diccionario. Así, de primeras, las reglas y las normas ya no llaman mucho la atención, pero la cosa continúa con ese inquietante y estremecedor estado al que llaman natural. ¿Estado natural? Estado natural, si. Bien. No se trata más que de una manera de denominar a lo que comúnmente tiene lugar, lo que habitualmente ocurre, lo que más se repite estadísticamente hablando. Pero no quisiera quedarme ahí y me permiten mencionar, siempre desde mi humilde opinión, lo poco acertado del concepto. Estado natural. ¿Podemos hablar de verdad, sin temor a equivocarnos, de la existencia de un estado natural en las personas? ¿Alguien lo conoce? Me consta que ya los hay que se han parado a pensar en las consecuencias desafortunadas de todo este asunto. ¿Qué pasa si no estás entre esa mayoría? Si, justo. Por convención te toca ser, de alguna forma, inferior a lo que te rodea. ¿Tenemos el derecho real de poder decidir, sin pecar de arrogantes, lo que es y no es natural entre nosotros? Pero oigan, si ni siquiera ya podemos decir que el ser humano sea bueno por naturaleza. Y digo más, ¿podrías tú, por ejemplo, explicarme exactamente qué es bueno y qué malo? En todo caso, y no porque quiera yo subestimar tu capacidad imaginativa, sólo podrías alcanzar a describir lo que, en tu caso concreto, bajo tu punto de vista y unas circunstancias específicas, sería algo negativo, no ventajoso o, por el contrario, bastante afortunado. Hasta ahí podrías leer. No sabemos nada y sin embargo, nos empeñamos en saber, sin querer entender que no existe una respuesta real y universal para todo. Los innatismos y demás conceptos rígidos para el racionalismo cartesiano y su “método verdadero”, por favor. No alcanzo a entender la ventaja evolutiva de esa necesidad tan lograda que tenemos de partir siempre de una base, una emoción estándar, un sentimiento aceptado; en definitiva, un punto a partir del cual todo lo demás nos tenga que resultar extraño o desatinado. Es bien sabido que la incertidumbre inestabiliza y puede crear confusión pero hay cosas que rotundamente no se pueden categorizar. Tantísima gente, tantas formas de pensar, tantos tonos de piel, contextos, deseos, intereses, prioridades, que resulta inútil buscar un canon entre tanto material. Los padres y las hijas hablan de sexo, las chicas ven fútbol, los chicos cocinan, las personas del mismo sexo se casan y hasta las adolescentes se enamoran de hombres adultos. ¿Estado no natural? Estáis invitados a la reflexión.

Para seguir y terminar con lo que vine empezando en las primeras líneas, me veo obligada a destacar esta definición que hace unos días encontré: “En un sentido general, la normalidad hace referencia a aquel o aquello que se ajusta a valores medios”. Anda, nuevo concepto, “ajuste”, otro que tal baila. Más aún si le siguen los ya mencionados medios valores, también conocidos como “valores medios”. Éstos tampoco fueron nunca mi fuerte. Ya ven, me gusta gritar, dar besos aunque no me los pidan; suelo enseñar los dientes cuando sonrío, quiero a rabiar a todo aquel que me regala un ratito de su vida e, indiscutiblemente, puestos a elegir, prefiero hacer el amor cuatro veces una noche.

¿Quién te dice a ti que, de existir un estado natural en las personas, este no sea el del esquizofrénico en plena fase activa? Todo depende del prisma con el que se mire. Eso o lo mío tiene un nombre.

8 de enero de 2012

Hoy ni siquiera estoy inspirada.

Hoy ni siquiera estoy inspirada. Realmente ni me apetece escribir, no se por qué lo hago. Si se que odio el silencio. Puede que me siente bien expresarme cuando menos inspirada estoy, que es, a la misma vez, cuando puede que más lo necesite. Simplemente por el único hecho de poder hacerlo, de poder ojearme y averiguarme un poco. No es sonido, pero sigue siendo palabra. No hay un oyente externo, pero sigo estando yo. Es reconfortante. Aunque también puede llegar a ser confuso, doliente o hasta mordaz. El ser humano no atiende a la verdadera realidad de las cosas hasta que... El ser humano no atiende a la verdadera realidad de las cosas. No lo hace, no. La emoción es dual y como seres emocionales, siempre sentimos dos veces y con diferente argumentación. ¿Y para qué una segunda? Me pregunto. No hay nada más inútil que buscarle argumento a la segunda vez, después de haberte emocionado una primera. Las segundas nunca fueron buenas y se ve que se quiere aplicar a todo. Prueba a observar un solo detalle, un gesto y dime que sientes. Lo demás, lo que viene después de haberlo considerado realmente, no cuenta. No sirve para nada. Resulta inservible, improductivo, inerte. El ser humano fue inventado para ser dual. El mundo, para ser injusto. Odio el silencio incluso en días como este. Lo odio aún más en días como este.

23 de diciembre de 2011

"Quizá en otra ocasión"

Premio a la más usada. Literal o no, una de las frases, al parecer, más reveladoras desde que el mundo es mundo. Y es que el ser humano, casi por naturaleza, está continuamente dejando de hacer cosas porque, entiende, siempre pueden ser retomadas más adelante. Más adelante. Como si el “más adelante” se pudiese aplicar a todo en la vida. Como si fuera eso una ciencia exacta o una ley universal. Dilatar una idea, suspenderla en el vacío, vivirla en diferido (sin ser, ni oír, ni dar). Todo se acaba reduciendo a nuestra extraordinaria capacidad para aplazarlo todo. Yo aplazo, tú aplazas, él aplaza, nosotros aplazamos, vosotros aplazáis y ellos aplazan.

No tener tiempo para quedar con un amigo porque siempre estás ocupado. Dejar aparcado ese trabajo tan absurdo de la facultad porque crees que tendrás tiempo de acabarlo en los dos últimos días anteriores a la fecha de entrega. No darlo todo y preferir, en cierto modo, que sea el destino quien, en última instancia, te inspire en ese examen que tienes tantas ganas de aprobar. No pedir disculpas ni dar las gracias a las personas importantes, o a las no tan importantes, pero al fin y al cabo conocedoras y participantes de alguna escena de tu vida. Olvidarte de los besos, sobre todo de los besos a esa gente que tanto te cuida y te quiere. Dejar de lado las sonrisas, las lágrimas de felicidad, el llanto más triste de todos. Esconder los sentimientos, no expresar lo que uno siente o, como tan bien supo expresar mi pequeña personita adulta, no “haberte dicho te quiero las veces que debí”. Ser tan terco como para no dejarse llevar por las emociones, tan ingrato como para no querer abrazar la vida, o tan poco coherente como para no decidir ser feliz.

Si hay algo de lo estoy segura, es de que no merece la pena retrasar nada. Decir te quiero a tiempo o dejar caer una lágrima antes de que todo te destruya. Nadie debería posponer eso para mañana. El mañana ya es futuro y el futuro, si lo piensas, ni siquiera existe. Recuerdo mi último “quizá en otra ocasión”. Alguien que confía en mi me animaba a escribir un blog. Ahora me arrepiento de no haberlo empezado antes.