Hace unos segundos que ha
irrumpido en mi mente. No puedes ni imaginártelo. Es increíble, pero la estoy
rozando, casi me estoy fundiendo con ella. Los vellitos, inocentes, de los brazos,
se me erizan con la sensación que en mi cuerpo produce este pensamiento tuyo,
de tu piel. Firme, despiadada, perseverante bajo las sábanas, atravesándolo
todo. Se me empapa el alma al esbozarla en trazos en mi cabeza. No hace falta
más. Desde el momento cero, aquella primera vez que busqué la adherencia de tus
ojos y tú decidiste encontrarla en los míos. Haces que me derrita, que no me
apetezca sopesar mis creencias, tú eres todo lo que adoro y quiero adorar, mi único Dios, mi Todopoderoso. Mi droga más dura, mi dependencia bendita. Porque
me tienes a tu merced, enmarañada en tus deseos. Enganchada de ti
hasta la médula, puta yonki de tu lengua y tus dedos hábiles. Cierro los ojos
de nuevo y me invento contigo, atrapada por tus brazos, fuertes. Me escapo y dibujo un recorrido lentamente, poro tras poro. También tú me acaricias, puedo sentir tus manos calientes. Te apoyo en cada moción. Nuestro vaivén, impetuoso, nos lleva lejos, allí donde nos gusta perdernos; tu espalda, perfecta, nos
conduce ágilmente a través de cada suspiro. Me besas, te beso, las bocas arden. Te huelo e inhalo a propósito, me fascina tu excitante y suave perfume, me abruma, me hace
delirar. Te miro, me miras de esa forma, con esa fijeza sobrenatural con la que solo tú puedes mirar. No dejes de hacerlo, me vuelve loca. Me provoca, me eleva y tú lo sabes, me lo dice tu sonrisa, maliciosa. Ven aquí, vente conmigo,
vayámonos juntos los dos… Es tan apasionante descubrir que no tengo que morir
para subir al cielo. Me muero por que vengas, gritar contigo es
realmente maravilloso. Siempre has sido tú, desde que probé tu sabor, la
adicción con la abstinencia más perversa.
Por un momento mi cabeza pareció recordar aquella sensación de olvido de sí misma, de calma absoluta. No podía existir nada más, nada que me distrajera de esos ojos clavados más allá de mí, en mi intimidad. El tacto como mapa, su sabor como meta, la perdición en su olor.
ResponderEliminarPor un momento mi cabeza pareció recordar aquella sensación de olvido de sí misma, de calma absoluta. No podía existir nada más, nada que me distrajera de esos ojos clavados más allá de mí, en mi intimidad. El tacto como mapa, su sabor como meta, la perdición en su olor.
No hay sosiego para alguien con mi nombre. Quisiera olvidarlo repitiendo el suyo o gritar con ella hasta arrancar uno nuevo. Este ego atado a mí quisiera desatarlo, aunque entre quisiera ser, quiero y serlo hay saltos contra el vértigo, pero cada vez importan menos. Porque sólo yo soy en oposición a ella. Yo soy contrapeso, soy balanza, soy vacío y vuelo ingrávido. Todo es posible y válido en esta lucha encarnizada por el alma del otro. Soy en ella porque ella existe conmigo en interminables segundos que a mi pesar cuento, por escasos y valiosos. Atesoro momentos y presumo de ellos a través de esa mirada confiada y salvaje, la que me deja ser libre y hacer cuanto deseo. Vaya... ya apareció el deseo de hacer, aunque prefiero el hacer de mi deseo, que se escapa inefable en suspiros al viento, en palabras no natas o en miradas suicidas. Ya no hay torpeza que valga, solo un salto al vacío, dos, tres, uno tras otro. Sé que está ahí fuera, puedo sentirlo, la puedo sentir como siento acelerar el ritmo de mi aliento. Su veneno me turbia y me excita, despeja mi mente y me enloquece, tensa mi cuerpo y lo esclaviza. Su merced es mi hechizo. Su voz de sirena, sensual traidora de mi voluntad, hace de mi condenación mi mayor anhelo. Su marca al rojo contra mi piel, su aliento agónico en mi oído, la sincronización de los cuerpos, la odisea de las mentes, la batalla de los sexos. El deseo liberado en desenfreno. Ansia por el otro. Ansia. El hambre es fiera. La intimidad y la comprensión, la de dos comprendidos en uno, entendidos en el otro. Si las palabras alguna vez fueron torpes, aquí son inútiles. Miradas serenas que saben lo que les espera, que prevén la locura. Ansia.