Estamos hartos de oír hablar de la normalidad. ¿Qué es normal? ¿Qué no lo es? Basta con indagar un poco acerca de la palabrota en cuestión para que automáticamente nos aparezca la relación que tiene el término con otros tantos como son “reglas”, “normas”, “estado natural” o “valores medios”. Con vocablos como estos no me extraña nada que a nadie le motive coger un diccionario. Así, de primeras, las reglas y las normas ya no llaman mucho la atención, pero la cosa continúa con ese inquietante y estremecedor estado al que llaman natural. ¿Estado natural? Estado natural, si. Bien. No se trata más que de una manera de denominar a lo que comúnmente tiene lugar, lo que habitualmente ocurre, lo que más se repite estadísticamente hablando. Pero no quisiera quedarme ahí y me permiten mencionar, siempre desde mi humilde opinión, lo poco acertado del concepto. Estado natural. ¿Podemos hablar de verdad, sin temor a equivocarnos, de la existencia de un estado natural en las personas? ¿Alguien lo conoce? Me consta que ya los hay que se han parado a pensar en las consecuencias desafortunadas de todo este asunto. ¿Qué pasa si no estás entre esa mayoría? Si, justo. Por convención te toca ser, de alguna forma, inferior a lo que te rodea. ¿Tenemos el derecho real de poder decidir, sin pecar de arrogantes, lo que es y no es natural entre nosotros? Pero oigan, si ni siquiera ya podemos decir que el ser humano sea bueno por naturaleza. Y digo más, ¿podrías tú, por ejemplo, explicarme exactamente qué es bueno y qué malo? En todo caso, y no porque quiera yo subestimar tu capacidad imaginativa, sólo podrías alcanzar a describir lo que, en tu caso concreto, bajo tu punto de vista y unas circunstancias específicas, sería algo negativo, no ventajoso o, por el contrario, bastante afortunado. Hasta ahí podrías leer. No sabemos nada y sin embargo, nos empeñamos en saber, sin querer entender que no existe una respuesta real y universal para todo. Los innatismos y demás conceptos rígidos para el racionalismo cartesiano y su “método verdadero”, por favor. No alcanzo a entender la ventaja evolutiva de esa necesidad tan lograda que tenemos de partir siempre de una base, una emoción estándar, un sentimiento aceptado; en definitiva, un punto a partir del cual todo lo demás nos tenga que resultar extraño o desatinado. Es bien sabido que la incertidumbre inestabiliza y puede crear confusión pero hay cosas que rotundamente no se pueden categorizar. Tantísima gente, tantas formas de pensar, tantos tonos de piel, contextos, deseos, intereses, prioridades, que resulta inútil buscar un canon entre tanto material. Los padres y las hijas hablan de sexo, las chicas ven fútbol, los chicos cocinan, las personas del mismo sexo se casan y hasta las adolescentes se enamoran de hombres adultos. ¿Estado no natural? Estáis invitados a la reflexión.
Para seguir y terminar con lo que vine empezando en las primeras líneas, me veo obligada a destacar esta definición que hace unos días encontré: “En un sentido general, la normalidad hace referencia a aquel o aquello que se ajusta a valores medios”. Anda, nuevo concepto, “ajuste”, otro que tal baila. Más aún si le siguen los ya mencionados medios valores, también conocidos como “valores medios”. Éstos tampoco fueron nunca mi fuerte. Ya ven, me gusta gritar, dar besos aunque no me los pidan; suelo enseñar los dientes cuando sonrío, quiero a rabiar a todo aquel que me regala un ratito de su vida e, indiscutiblemente, puestos a elegir, prefiero hacer el amor cuatro veces una noche.
¿Quién te dice a ti que, de existir un estado natural en las personas, este no sea el del esquizofrénico en plena fase activa? Todo depende del prisma con el que se mire. Eso o lo mío tiene un nombre.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPor desgracia, comparto en cierto modo tu crítica a la normalidad. Al menos la normalidad que has descrito. Ese tipo de comportamiento común básico, el que nos inculcan desde pequeños, el listón que marca el mínimo que nuestra generación (o el proyecto de vida de cada uno en particular) debe tomar como referencia... me apesta todo a pragmatismo, a un afán enfermizo por mejorar y ser más eficaz y eficiente. Hay una gran mentira que nos rodea, una mentira que se subestima: la de que la experiencia es un grado, que todo lo pasado fue mejor y que todo está inventado. No existe la originalidad. No hay lugar para el error. Confía en mí, yo ya me equivoqué y entendí que esta es la mejor solución; sigue el método. Tonterías... Naturalmente, no podemos echar por tierra lo que nos enseñan nuestros mayores (al fin y al cabo, nos transmiten lo que saben por nuestro bien), pero debe haber espacio para no tener miedo a dudar, a reducir ese control terrible sobre la rebeldía y la pérdida de tiempo. Maldita obsesión por la eficiencia... Según mi punto de vista, el mayor logro que puede conseguir una persona es estar satisfecha consigo misma. Pero satisfecha de verdad. Con pleno conocimiento de lo que ha hecho y ha dejado de hacer, y es que ahí está la trampa; no seguir el patrón es arriesgado ― por Dios bendito, ¡qué de comodidades dejarías de disfrutar!―, si no quieres aislarte de la mayoría, lo mejor es que sigas lo que está demostrado que es mejor para todos. Lo más seguro para sobrevivir es ser normal porque, si no eres un genio, no intentes salirte del tiesto si no quieres hacer el ridículo. Y nadie está dispuesto a hacer el ridículo por nada del mundo, habrase visto...
ResponderEliminarPero es que si establecemos la normalidad en base a la comparación con los saltos cualitativos que ha provocado en la humanidad la contribución de ciertas personas, la mayoría nos moriríamos de asco, avergonzados. Desde un punto de vista evolutivo, necesitamos ser “normales” (aunque especiales e independientes, según nos enseña tan desinteresadamente la publicidad en la tele) para sentir que, aun siendo pequeñitas boñigas de cabra en mitad del monte, contribuyendo tan tontamente al ciclo de la vida, tenemos un propósito: que la proliferación de boñigas continúe. Este es un camino escabroso, porque es difícil diferenciar calidad de cantidad sin caer en elitismos discriminatorios y reconocer que más o menos todo el mundo tiene derecho a vivir felizmente como le dé la real gana en vez de ser tan cabrón como para decir que deberían repartir un carné de p(m)aternidad para evitar que ciert@s energúmen@s traspasen material genético.
Pero bueno, me he ido por la tangente para las ramas de los cerros de Úbeda. En el fondo, y para ser sincero, creo que ya tiene bastante cada individuo con un mínimo de decencia con tratar de vivir coherentemente a unos principios propios que no terminen ninguneados por el Sistema (ese ente tan extraño y oscuro que nos rodea y controla, pero que nadie admite conocer realmente; íntimo amigo de Mercado). Siempre he considerado que hacer el bien es preocuparse y ocuparse de tus seres queridos y reconocer que los que no nos son tan queridos merecen la misma preocupación y respeto en la medida de nuestras posibilidades. La normalidad, según lo veo yo, es un trastorno mental. Para mí, ser original es sentir de corazón que se debe trabajar por que los que nos rodean puedan aspirar a una felicidad lo más plena posible y trabajar también por ese tópico, tan cierto como arduo, de dejar este mundo un poco mejor encaminado que cuando llegamos.